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Hans christian andersen cuentos clasicos para niños

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THÔNG TIN TÀI LIỆU

Nội dung

Sách học Tiếng Tây Ban Nha giúp người học hiểu nhanh và tiếp thu các kiến thức cơ bản. Sách dành cho thiếu nhi giúp học tiếng Tây Ban Nha dễ hiểu có hình minh họa và có thể tự học được ở nhà. Trong cuốn sách có các câu truyện giúp chúng ta nắm bắt ngữ pháp cơ bản và đồng thời phát triển kỹ năng đọc nhanh chóng.

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El agua le chorreaba por el cabello y los vestidos, se le metía por las cañas de los zapatos y le salía por los tacones; pero ella afirmaba que era una princesa verdadera "Pronto lo sabremos", pensó la vieja Reina, y, sin decir palabra, se fue al dormitorio, levantó la cama y puso un guisante sobre la tela metálica; luego amontonó encima veinte colchones, y encima de éstos, otros tantos edredones En esta cama debía dormir la princesa Por la mañana le preguntaron qué tal había descansado - ¡Oh, muy mal! -exclamó- No he pegado un ojo en toda la noche ¡Sabe Dios lo que habría en la cama! ¡Era algo tan duro, que tengo el cuerpo lleno de cardenales! ¡Horrible! Entonces vieron que era una princesa de verdad, puesto que, a pesar de los veinte colchones y los veinte edredones, había sentido el guisante Nadie, sino una verdadera princesa, podía ser tan sensible El príncipe la tomó por esposa, pues se había convencido de que se casaba una princesa hecha y derecha; y el guisante pasó al museo, donde puede verse todavía, si nadie se lo llevado Esto sí que es una historia, ¿verdad? Los zapatos rojos Érase una vez una niña muy linda y delicada, pero tan pobre, que en verano andaba siempre descalza, y en invierno tenía que llevar unos grandes zuecos, por lo que los piececitos se le ponían tan encarnados, que daba lástima En el centro del pueblo habitaba una anciana, viuda de un zapatero Tenía unas viejas tiras de paño colorado, y ellas cosió, lo mejor que supo, un par de zapatillas Eran bastante patosas, pero la mujer había puesto en ellas toda su buena intención Serían para la niña, que se llamaba Karen Le dieron los zapatos rojos el mismo día en que enterraron a su madre; aquel día los estrenó No eran zapatos de luto, cierto, pero no tenía otros, y calzada ellos acompañó el humilde féretro Acertó a pasar un gran coche, en el que iba una señora anciana Al ver a la pequeñuela, sintió compasión y dijo al señor cura: - Dadme la niña, yo la criaré Karen creyó que todo aquello era efecto de los zapatos colorados, pero la dama dijo que eran horribles y los tiró al fuego La niña recibió vestidos nuevos y aprendió a leer y a coser La gente decía que era linda; sólo el espejo decía: - Eres más que linda, eres hermosa Un día la Reina hizo un viaje por el país, acompañada de su hijita, que era una princesa La gente afluyó al palacio, y Karen también La princesita salió al balcón para que todos pudieran verla Estaba preciosa, un vestido blanco, pero nada de cola ni de corona de oro En cambio, llevaba unos magníficos zapatos rojos, de tafilete, mucho más hermosos, desde luego, que los que la viuda del zapatero había confeccionado para Karen No hay en el mundo cosa que pueda compararse a unos zapatos rojos Llegó la niña a la edad en que debía recibir la confirmación; le hicieron vestidos nuevos, y también habían de comprarle nuevos zapatos El mejor zapatero de la ciudad tomó la medida de su lindo pie; en la tienda había grandes vitrinas zapatos y botas preciosos y relucientes Todos eran hermosísimos, pero la anciana señora, que apenas veía, no encontraba ningún placer en la elección Había entre ellos un par de zapatos rojos, exactamente iguales a los de la princesa: ¡qué preciosos! Además, el zapatero dijo que los había confeccionado para la hija de un conde, pero luego no se habían adaptado a su pie - ¿Son de charol, no? -preguntó la señora- ¡Cómo brillan! - ¿Verdad que brillan? - dijo Karen; y como le sentaban bien, se los compraron; pero la anciana ignoraba que fuesen rojos, pues de haberlo sabido jamás habría permitido que la niña fuese a la confirmación zapatos colorados Pero fue Todo el mundo le miraba los pies, y cuando, después de avanzar por la iglesia, llegó a la puerta del coro, le pareció como si hasta las antiguas estatuas de las sepulturas, las imágenes de los monjes y las religiosas, sus cuellos tiesos y sus largos ropajes negros, clavaran los ojos en sus zapatos rojos; y sólo en ellos estuvo la niña pensando mientras el obispo, poniéndole la mano sobre la cabeza, le habló del santo bautismo, de su alianza Dios y de que desde aquel momento debía ser una cristiana consciente El órgano tocó solemnemente, resonaron las voces melodiosas de los niños, y cantó también el viejo maestro; pero Karen sólo pensaba en sus magníficos zapatos Por la tarde se enteró la anciana señora -alguien se lo dijo de que los zapatos eran colorados, y declaró que aquello era feo y contrario a la modestia; y dispuso que, en adelante, Karen debería llevar zapatos negros para ir a la iglesia, aunque fueran viejos El siguiente domingo era de comunión Karen miró sus zapatos negros, luego contempló los rojos, volvió a contemplarlos y, al fin, se los puso Brillaba un sol magnífico Karen y la señora anciana avanzaban por la acera del mercado de granos; había un poco de polvo En la puerta de la iglesia se había apostado un viejo soldado una muleta y una larguísima barba, más roja que blanca, mejor dicho, roja del todo Se inclinó hasta el suelo y preguntó a la dama si quería que le limpiase los zapatos Karen presentó también su piececito - ¡Caramba, qué preciosos zapatos de baile! -exclamó el hombre- Ajustad bien cuando bailéis - y la mano dio un golpe a la suela La dama entregó una limosna al soldado y penetró en la iglesia Karen Todos los fieles miraban los zapatos rojos de la niña, y las imágenes también; y cuando ella, arrodillada ante el altar, llevó a sus labios el cáliz de oro, estaba pensando en sus zapatos colorados y le pareció como si nadaran en el cáliz; y se olvidó de cantar el salmo y de rezar el padrenuestro Salieron los fieles de la iglesia, y la señora subió a su coche Karen levantó el pie para subir a su vez, y el viejo soldado, que estaba junto al carruaje, exclamó: - ¡Vaya preciosos zapatos de baile! - Y la niña no pudo resistir la tentación de marcar unos pasos de danza; y he aquí que no bien hubo empezado, sus piernas siguieron bailando por sí solas, como si los zapatos hubiesen adquirido algún poder sobre ellos Bailando se fue hasta la esquina de la iglesia, sin ser capaz de evitarlo; el cochero tuvo que correr tras ella y llevarla en brazos al coche; pero los pies seguían bailando y pisaron fuertemente a la buena anciana Por fin la niña se pudo descalzar, y las piernas se quedaron quietas Al llegar a casa los zapatos fueron guardados en un armario; pero Karen no podía resistir la tentación de contemplarlos Enfermó la señora, y dijeron que ya no se curaría Hubo que atenderla y cuidarla, y nadie estaba más obligado a hacerlo que Karen Pero en la ciudad daban un gran baile, y la muchacha había sido invitada Miró a la señora, que estaba enferma de muerte, miró los zapatos rojos, se dijo que no cometía ningún pecado Se los calzó - ¿qué había en ello de malo? - y luego se fue al baile y se puso a bailar Pero cuando quería ir hacia la derecha, los zapatos la llevaban hacia la izquierda; y si quería dirigirse sala arriba, la obligaban a hacerlo sala abajo; y así se vio forzada a bajar las escaleras, seguir la calle y salir por la puerta de la ciudad, danzando sin reposo; y, sin poder detenerse, llegó al oscuro bosque Vio brillar una luz entre los árboles y pensó que era la luna, pues parecía una cara; pero resultó ser el viejo soldado de la barba roja, que haciéndole un signo la cabeza, le dijo: - ¡Vaya hermosos zapatos de baile! Se asustó la muchacha y trató de quitarse los zapatos para tirarlos; pero estaban ajustadísimos, y, aun cuando consiguió arrancarse las medias, los zapatos no salieron; estaban soldados a los pies Y hubo de seguir bailando por campos y prados, bajo la lluvia y al sol, de noche y de día ¡De noche, especialmente, era horrible! Los zapatos rojos Continuación Bailando llegó hasta el cementerio, que estaba abierto; pero los muertos no bailaban, tenían otra cosa mejor que hacer Quiso sentarse sobre la fosa de los pobres, donde crece el amargo helecho; mas no había para ella tranquilidad ni reposo, y cuando, sin dejar de bailar, penetró en la iglesia, vio en ella un ángel vestido de blanco, unas alas que le llegaban desde los hombros a los pies Su rostro tenía una expresión grave y severa, y en la mano sostenía una ancha y brillante espada - ¡Bailarás -le dijo-, bailarás en tus zapatos rojos hasta que estés lívida y fría, hasta que tu piel se contraiga sobre tus huesos! Irás bailando de puerta en puerta, y llamarás a las de las casas donde vivan niños vanidosos y presuntuosos, para que al oírte sientan miedo de ti ¡Bailarás! - ¡Misericordia! - suplicó Karen Pero no pudo oír la respuesta del ángel, pues sus zapatos la arrastraron al exterior, siempre bailando a través de campos, caminos y senderos Una mañana pasó bailando por delante de una puerta que conocía bien En el interior resonaba un cantar de salmos, y sacaron un féretro cubierto de flores Entonces supo que la anciana señora había muerto, y comprendió que todo el mundo la había abandonado y el ángel de Dios la condenaba Y venga bailar, baila que te baila en la noche oscura Los zapatos la llevaban por espinos y cenagales, y los pies le sangraban Luego hubo de dirigirse, a través del erial, hasta una casita solitaria Allí se enteró de que aquélla era la morada del verdugo, y, llamando los nudillos, al cristal de la ventana dijo: - ¡Sal, sal! ¡Yo no puedo entrar, tengo que seguir bailando! El verdugo le respondió: - ¿Acaso no sabes quién soy? Yo corto la cabeza a los malvados, y cuido de que el hacha resuene - ¡No me cortes la cabeza -suplicó Karen-, pues no podría expiar mis pecados; pero córtame los pies, los zapatos rojos! Reconocía su culpa, y el verdugo le cortó los pies los zapatos, pero éstos siguieron bailando, los piececitos dentro, y se alejaron campo a través y se perdieron en el bosque El hombre le hizo unos zuecos y unas muletas, le enseñó el salmo que cantan los penitentes, y ella, después de besar la mano que había empuñado el hacha, emprendió el camino por el erial - Ya he sufrido bastante por los zapatos rojos -dijo-; ahora me voy a la iglesia para que todos me vean- Y se dirigió al templo sin tardanza; pero al llegar a la puerta vio que los zapatos danzaban frente a ella, y, asustada, se volvió Pasó toda la semana afligida y llorando amargas lágrimas; pero al llegar el domingo dijo: - Ya he sufrido y luchado bastante; creo que ya soy tan buena como muchos de los que están vanagloriándose en la iglesia - Y se encaminó nuevamente a ella; mas apenas llegaba a la puerta del cementerio, vio los zapatos rojos que continuaban bailando y, asustada, dio media vuelta y se arrepintió de todo corazón de su pecado Dirigiéndose a casa del señor cura, rogó que la tomasen por criada, asegurando que sería muy diligente y haría cuanto pudiese; no pedía salario, sino sólo un cobijo y la compañía de personas virtuosas La señora del pastor se compadeció de ella y la tomó a su servicio Karen se portó toda modestia y reflexión; al anochecer escuchaba atentamente al párroco cuando leía la Biblia en voz alta Era cariñosa todos los niños, pero cuando los oía hablar de adornos y ostentaciones y de que deseaban ser hermosos, meneaba la cabeza un gesto de desaprobación Al otro domingo fueron todos a la iglesia y le preguntaron si deseaba acompañarlos; pero ella, afligida, lágrimas en los ojos, se limitó a mirar sus muletas Los demás se dirigieron al templo a escuchar la palabra divina, mientras ella se retiraba a su cuartito, tan pequeño que no cabían en él más que la cama y una silla Sentóse en él el libro de cánticos, y, al absorberse piadosa en su lectura, el viento le trajo los sones del órgano de la iglesia Levantó ella entonces el rostro y, entre lágrimas, dijo: - ¡Dios mío, ayúdame! Y he aquí que el sol brilló todo su esplendor, y Karen vio frente a ella el ángel vestido de blanco que encontrara aquella noche en la puerta de la iglesia; pero en vez de la flameante espada su mano sostenía ahora una magnífica rama cuajada de rosas Tocó ella el techo, que se abrió, y en el punto donde había tocado la rama brilló una estrella dorada; y luego tocó las paredes, que se ensancharon, y vio el órgano tocando y las antiguas estatuas de monjes y religiosas, y la comunidad sentada en las bien cuidadas sillas, cantando los himnos sagrados Pues la iglesia había venido a la angosta habitación de la pobre muchacha, o tal vez ella había sido transportada a la iglesia Encontróse sentada en su silla, junto a los miembros de la familia del pastor, y cuando, terminado el salmo, la vieron, la saludaron un gesto de la cabeza, diciendo: - Hiciste bien en venir, Karen -Fue la misericordia de Dios dijo ella Y resonó el órgano, y, él, el coro de voces infantiles, dulces y melodiosas El sol enviaba sus brillantes rayos a través de la ventana, dirigiéndolos precisamente a la silla donde se sentaba Karen El corazón de la muchacha quedó tan rebosante de luz, de paz y de alegría, que estalló Su alma voló a Dios Nuestro Señor, y allí nadie le preguntó ya por los zapatos rojos El porquerizo Érase una vez un príncipe que andaba mal de dinero Su reino era muy pequeño, aunque lo suficiente para permitirle casarse, y esto es lo que el príncipe quería hacer Sin embargo, fue una gran osadía por su parte el irse derecho a la hija del Emperador y decirle en la cara: -¿Me quieres por marido?- Si lo hizo, fue porque la fama de su nombre había llegado muy lejos Más de cien princesas lo habrían aceptado, pero, ¿lo querría ella? Pues vamos a verlo En la tumba del padre del príncipe crecía un rosal, un rosal maravilloso; florecía solamente cada cinco años, y aun entonces no daba sino una flor; pero era una rosa de fragancia tal, que quien la olía se olvidaba de todas sus penas y preocupaciones Además, el príncipe tenía un ruiseñor que, cuando cantaba, habríase dicho que en su garganta se juntaban las más bellas melodías del universo Decidió, pues, que tanto la rosa como el ruiseñor serían para la princesa, y se los envió encerrados en unas grandes cajas de plata El Emperador mandó que los llevaran al gran salón, donde la princesa estaba jugando a «visitas» sus damas de honor Cuando vio las grandes cajas que contenían los regalos, exclamó dando una palmada de alegría: - ¡A ver si será un gatito! -pero al abrir la caja apareció el rosal la magnífica rosa - ¡Qué linda es! -dijeron todas las damas - Es más que bonita -precisó el Emperador-, ¡es hermosa! Pero cuando la princesa la tocó, por poco se echa a llorar - ¡Ay, papá, qué lástima! -dijo- ¡No es artificial, sino natural! - ¡Qué lástima! -corearon las damas- ¡Es natural! - Vamos, no te aflijas aún, y veamos qué hay en la otra caja -, aconsejó el Emperador; y salió entonces el ruiseñor, cantando de un modo tan bello, que no hubo medio de manifestar nada en su contra - ¡Superbe, charmant! -exclamaron las damas, pues todas hablaban francés a cual peor - Este pájaro me recuerda la caja de música de la difunta Emperatriz -observó un anciano caballero- Es la misma melodía, el mismo canto - En efecto -asintió el Emperador, echándose a llorar como un niño - Espero que no sea natural, ¿verdad? -preguntó la princesa - Sí, lo es; es un pájaro de verdad -respondieron los que lo habían traído - Entonces, dejadlo en libertad -ordenó la princesa; y se negó a recibir al príncipe Pero éste no se dio por vencido Se embadurnó de negro la cara y, calándose una gorra hasta las orejas, fue a llamar a palacio - Buenos días, señor Emperador -dijo- ¿No podríais darme trabajo en el castillo? - Bueno -replicó el Soberano- Necesito a alguien para guardar los cerdos, pues tenemos muchos Y así el príncipe pasó a ser porquerizo del Emperador Le asignaron un reducido y mísero cuartucho en los sótanos, junto a los cerdos, y allí hubo de quedarse Pero se pasó el día trabajando, y al anochecer había elaborado un primoroso pucherito, rodeado de cascabeles, de modo que en cuanto empezaba a cocer las campanillas se agitaban, y tocaban aquella vieja melodía: ¡Ay, querido Agustín, todo tiene su fin! Pero lo más asombroso era que, si se ponía el dedo en el vapor que se escapaba del puchero, enseguida se adivinaba, por el olor, los manjares que se estaban guisando en todos los hogares de la ciudad ¡Desde luego la rosa no podía compararse aquello! He aquí que acertó a pasar la princesa, que iba de paseo sus damas y, al oír la melodía, se detuvo una expresión de contento en su rostro; pues también ella sabía la canción del "Querido Agustín" Era la única que sabía tocar, y lo hacía un solo dedo - ¡Es mi canción! -exclamó- Este porquerizo debe ser un hombre de gusto Oye, vete abajo y pregúntale cuánto cuesta su instrumento Tuvo que ir una de las damas, pero antes se calzó unos zuecos - ¿Cuánto pides por tu puchero? -preguntó - Diez besos de la princesa -respondió el porquerizo - ¡Dios nos asista! -exclamó la dama - Éste es el precio, no puedo rebajarlo -, observó él - ¿Qué te dicho? -preguntó la princesa - No me atrevo a repetirlo -replicó la dama- Es demasiado indecente - Entonces dímelo al oído - La dama lo hizo así - ¡Es un grosero! -exclamó la princesa, y siguió su camino; pero a los pocos pasos volvieron a sonar las campanillas, tan lindamente: ¡Ay, querido Agustín, todo tiene su fin! - Escucha -dijo la princesa- Pregúntale si aceptaría diez besos de mis damas - Muchas gracias -fue la réplica del porquerizo- Diez besos de la princesa o me quedo el puchero - ¡Es un fastidio! - exclamó la princesa - Pero, en fin, poneos todas delante de mí, para que nadie lo vea Las damas se pusieron delante los vestidos extendidos; el porquerizo recibió los diez besos, y la princesa obtuvo la olla ¡Dios santo, cuánto se divirtieron! Toda la noche y todo el día estuvo el puchero cociendo; no había un solo hogar en la ciudad del que no supieran lo que en él se cocinaba, así el del chambelán como el del remendón Las damas no cesaban de bailar y dar palmadas - Sabemos quien comerá sopa dulce y tortillas, y quien comerá papillas y asado ¡Qué interesante! - Interesantísimo -asintió la Camarera Mayor - Sí, pero de eso, ni una palabra a nadie; recordad que soy la hija del Emperador - ¡No faltaba más! -respondieron todas- ¡Ni que decir tiene! El porquerizo, o sea, el príncipe -pero claro está que ellas lo tenían por un porquerizo auténtico- no dejaba pasar un solo día sin hacer una cosa u otra Lo siguiente que fabricó fue una carraca que, cuando giraba, tocaba todos los valses y danzas conocidos desde que el mundo es mundo - ¡Oh, esto es superbe! -exclamó la princesa al pasar por el lugar - ¡Nunca oí música tan bella! Oye, entra a preguntarle lo que vale el instrumento; pero nada de besos, ¿eh? - Pide cien besos de la princesa -fue la respuesta que trajo la dama de honor que había entrado a preguntar - ¡Este hombre está loco! -gritó la princesa, echándose a andar; pero se detuvo a los pocos pasos- Hay que estimular el Arte -observó- Por algo soy la hija del Emperador Dile que le daré diez besos, como la otra vez; los noventa restantes los recibirá de mis damas - ¡Oh, señora, nos dará mucha vergüenza! -manifestaron ellas - ¡Ridiculeces! -replicó la princesa- Si yo lo beso, también podéis hacerlo vosotras No olvidéis que os mantengo y os pago- Y las damas no tuvieron más remedio que resignarse - Serán cien besos de la princesa -replicó él- o cada uno se queda lo suyo - Poneos delante de mí -ordenó ella; y, una vez situadas las damas convenientemente, el príncipe empezó a besarla - ¿Qué alboroto hay en la pocilga? -preguntó el Emperador, que acababa de asomarse al balcón Y, frotándose los ojos, se caló los lentes- Las damas de la Corte que están haciendo de las suyas; bajaré a ver qué pasa Y se apretó bien las zapatillas, pues las llevaba muy gastadas ¡Demonios, y no se dio poca prisa! Al llegar al patio se adelantó callandito, callandito; por lo demás, las damas estaban absorbidas contando los besos, para que no hubiese engaño, y no se dieron cuenta de la presencia del Emperador, el cual se levantó de puntillas - ¿Qué significa esto? -exclamó al ver el besuqueo, dándole a su hija la zapatilla en la cabeza cuando el porquerizo recibía el beso número ochenta y seis - ¡Fuera todos de aquí! -gritó, en el colmo de la indignación Y todos hubieron de abandonar el reino, incluso la princesa y el porquerizo Y he aquí a la princesa llorando, y al porquerizo regañándole, mientras llovía a cántaros - ¡Ay, mísera de mí! -exclamaba la princesa- ¿Por qué no acepté al apuesto príncipe? ¡Qué desgraciada soy! Entonces el porquerizo se ocultó detrás de un árbol, y, limpiándose la tizne que le manchaba la cara y quitándose las viejas prendas que se cubría, volvió a salir espléndidamente vestido de príncipe, tan hermoso y gallardo, que la princesa no tuvo más remedio que inclinarse ante él - He venido a decirte mi desprecio -exclamó él- Te negaste a aceptar a un príncipe digno No fuiste capaz de apreciar la rosa y el ruiseñor, y, en cambio, besaste al porquerizo por una bagatela ¡Pues ahí tienes la recompensa! Y entró en su reino y le dio la puerta en las narices Ella tuvo que quedarse fuera y ponerse a cantar: ¡Ay, querido Agustín, todo tiene su fin! El intrépido soldadito de plomo Éranse una vez veinticinco soldados de plomo, todos hermanos, pues los habían fundido de una misma cuchara vieja Llevaban el fusil al hombro y miraban de frente; el uniforme era precioso, rojo y azul La primera palabra que escucharon en cuanto se levantó la tapa de la caja que los contenía fue: «¡Soldados de plomo!» La pronunció un chiquillo, dando una gran palmada Eran el regalo de su cumpleaños, y los alineó sobre la mesa Todos eran exactamente iguales, excepto uno, que se distinguía un poquito de los demás: le faltaba una pierna, pues había sido fundido el último, y el plomo no bastaba Pero una pierna, se sostenía tan firme como los otros dos, y de él precisamente vamos a hablar aquí En la mesa donde los colocaron había otros muchos juguetes, y entre ellos destacaba un bonito castillo de papel, por cuyas ventanas se veían las salas interiores Enfrente, unos arbolitos rodeaban un espejo que semejaba un lago, en el cual flotaban y se reflejaban unos cisnes de cera Todo era en extremo primoroso, pero lo más lindo era una muchachita que estaba en la puerta del castillo De papel también ella, llevaba un hermoso vestido y una estrecha banda azul en los hombros, a modo de fajín, una reluciente estrella de oropel en el centro, tan grande como su cara La chiquilla tenía los brazos extendidos, pues era una bailarina, y una pierna levantada, tanto, qué el soldado de plomo, no alcanzando a descubrirla, acabó por creer que sólo tenía una, como él «He aquí la mujer que necesito -pensó- Pero está muy alta para mí: vive en un palacio, y yo por toda vivienda sólo tengo una caja, y además somos veinticinco los que vivimos en ella; no es lugar para una princesa Sin embargo, intentaré establecer relaciones» Y se situó detrás de una tabaquera que había sobre la mesa, desde la cual pudo contemplar a sus anchas a la distinguida damita, que continuaba sosteniéndose sobre un pie sin caerse Al anochecer, los soldados de plomo fueron guardados en su caja, y los habitantes de la casa se retiraron a dormir Éste era el momento que los juguetes aprovechaban para jugar por su cuenta, a "visitas", a "guerra", a "baile"; los soldados de plomo alborotaban en su caja, pues querían participar en las diversiones; mas no podían levantar la tapa El cascanueces todo era dar volteretas, y el pizarrín venga divertirse en la pizarra Con el ruido se despertó el canario, el cual intervino también en el jolgorio, recitando versos Los únicos que no se movieron de su sitio fueron el soldado de plomo y la bailarina; ésta seguía sosteniéndose sobre la punta del pie, y él sobre su única pierna; pero sin desviar ni por un momento los ojos de ella El reloj dio las doce y, ¡pum!, saltó la tapa de la tabaquera; pero lo que había dentro no era rapé, sino un duendecillo negro Era un juguete sorpresa - Soldado de plomo -dijo el duende-, ¡no mires así! Pero el soldado se hizo el sordo - ¡Espera a que llegue la mañana, ya verás! -añadió el duende Cuando los niños se levantaron, pusieron el soldado en la ventana, y, sea por obra del duende o del viento, abrióse ésta de repente, y el soldadito se precipitó de cabeza, cayendo desde una altura de tres pisos Fue una caída terrible Quedó clavado de cabeza entre los adoquines, la pierna estirada y la bayoneta hacia abajo La criada y el chiquillo bajaron corriendo a buscarlo; mas, a pesar de que casi lo pisaron, no pudieron encontrarlo Si el soldado hubiese gritado: «¡Estoy aquí!», indudablemente habrían dado él, pero le pareció indecoroso gritar, yendo de uniforme He aquí que comenzó a llover; las gotas caían cada vez más espesas, hasta convertirse en un verdadero aguacero Cuando aclaró, pasaron por allí dos mozalbetes callejeros - ¡Mira! -exclamó uno- ¡Un soldado de plomo! ¡Vamos a hacerle navegar! Con un papel de periódico hicieron un barquito, y, embarcando en él al soldado, lo pusieron en el arroyo; el barquichuelo fue arrastrado por la corriente, y los chiquillos seguían detrás de él dando palmadas de contento ¡Dios nos proteja! ¡y qué olas, y qué corriente! No podía ser de otro modo, el diluvio que había caído El bote de papel no cesaba de tropezar y tambalearse, girando a veces tan bruscamente, que el soldado por poco se marea; sin embargo, continuaba impertérrito, sin pestañear, mirando siempre de frente y siempre arma al hombro De pronto, el bote entró bajo un puente del arroyo; aquello estaba oscuro como en su caja - «¿Dónde iré a parar? -pensaba- De todo esto tiene la culpa el duende ¡Ay, si al menos aquella muchachita estuviese conmigo en el bote! ¡Poco me importaría esta oscuridad!» De repente salió una gran rata de agua que vivía debajo el puente - ¡Alto! -gritó- ¡A ver, tu pasaporte! Pero el soldado de plomo no respondió; únicamente oprimió más fuerza el fusil El padre y la madre, los dos de edad ya avanzada - mayores que sus hijos, naturalmente -, decían, una sonrisa en los labios, en los ojos y en el corazón: - ¡Qué jóvenes son los jóvenes! En el mundo no todo marcha como ellos creen, pero marcha La vida es un cuento extraño y magnífico Arriba, un poco más cerquita del cielo, como suele decirse de la gente que vive en la buhardilla, habitaba el padrino Era viejo, pero tenía el corazón joven, estaba siempre de buen humor y sabía contar muchas historias y muy largas Había corrido mucho mundo, y guardaba en su casa interesantes objetos de todos los países Tenía cuadros que llegaban desde el suelo hasta el techo, y muchos cristales eran de vidrio rojo y amarillo Mirando a su través, todo el mundo aparecía como bañado por el sol, aun cuando en la calle el tiempo fuese gris En una gran vitrina crecían plantas verdes, y nadaban peces dorados; os miraban como si supiesen muchas cosas pero no quisieran decirlas Siempre olía allí a flores, incluso en invierno, y en la chimenea ardía un gran fuego Se estaba la mar de bien allí, mirando y escuchando el chisporroteo - Me lee en alta voz los viejos recuerdos - decía el padrino, y también a Marujita le daba la impresión de ver muchos cuadros en el fuego Pero en el gran armario-librería se guardaban los libros principales; en uno de ellos leía el padrino frecuencia; lo llamaba el libro de los libros: era la Biblia Contenía, en imágenes, la historia de todo el mundo y de toda la Humanidad, la Creación, el Diluvio, los Reyes y el Rey de reyes - Todo lo que sucedido y de suceder está en este libro - decía el padrino - ¡Hay tanto y santísimo aquí, en un solo libro! Piénsalo un poco Todo lo que un hombre puede pedir, está aquí resumido en una oración de pocas palabras: el Padrenuestro Es una gota de la gracia Una perla del consuelo de Dios Un regalo en la cuna del niño, un regalo puesto en su corazón Hijo, guárdalo bien, no lo pierdas, por muchos años que llegues a tener, y no te sentirás abandonado en estos caminos inciertos Habrá una luz dentro de ti, y no te podrás perder Y al decir estas palabras, los ojos del padrino brillaban, brillaban de alegría Un día, siendo joven, habían llorado, pero aquello le hizo bien, añadió; eran los tiempos de prueba, las cosas tenían un aspecto gris Ahora brilla el sol dentro de mí y a mi alrededor A medida que se vuelve uno viejo, ve mejor la felicidad y la desgracia, ve que Dios no nos abandona nunca, que la vida es el más hermoso de los cuentos de hadas Sólo Él puede dárnosla, y dura por toda la eternidad - ¡Qué bonito es vivir! - dijo Marujita Lo mismo dicen los chicos, grandes y pequeños, padre y madre y toda la familia, pero sobre todo el padrino, que tenía experiencia y era el más viejo de todos Sabía toda clase de leyendas e historias, y decía, saliéndose del corazón: - La vida es el más bello cuento de hadas! ¡Baila, baila, muñequita! - Sí, es una canción para las niñas muy pequeñas -aseguró tía Malle - Yo, la mejor voluntad del mundo, no puedo seguir este «¡Baila, baila, muñequita mía!» - Pero la pequeña Amalia si la seguía; sólo tenía años, jugaba muñecas y las educaba para que fuesen tan listas como tía Malle Venía a la casa un estudiante que daba lecciones a los hermanos y hablaba mucho Amalita y sus muñecas, pero de una manera muy distinta a todos los demás La pequeña lo encontraba muy divertido, y, sin embargo, tía Malle opinaba que no sabía tratar niños; sus cabecitas no sacarían nada en limpio de sus discursos Pero Amalita sí sacaba, tanto, que se aprendió toda la canción de memoria y la cantaba a sus tres muñecas, dos de las cuales eran nuevas, una de ellas una señorita, la otra un caballero, mientras la tercera era vieja y se llamaba Lise También ella oyó la canción y participó en ella ¡Baila, baila, muñequita, qué fina es la señorita! Y también el caballero sus guantes y sombrero, calzón blanco y frac planchado y muy brillante calzado Son bien finos, a fe mía Baila, muñequita mía Ahí está Lisa, que es muy vieja, aunque ahora no semeja, la cera que le han dado, que sea del año pasado Como nueva está y entera Baila tu compañera, seréis tres para bailar ¡Bien nos vamos a alegrar! Baila, baila, muñequita, pie hacia fuera, tan bonita Da el primer paso, garbosa, siempre esbelta y tan graciosa Gira y salta sin parar, que muy sano es el saltar ¡Vaya baile delicioso! ¡Sois un grupo primoroso! Y las muñecas comprendían la canción; Amalita también la comprendía, y el estudiante, claro está Él la había compuesto, y decía que era estupenda Sólo tía Malle no la entendía; no estaba ya para niñerías - ¡Es una bobada! - decía Pero Amalita no es boba, y la canta Por ella es por quien la sabemos Pregúntaselo a la verdulera Érase un rábano centenario correoso en extremo y ordinario; mas valor no le faltaba, pues la zanahoria le gustaba Ella es joven, de piel fina cual ninguna, y además es de nobilísima cuna Celebróse la boda todo esplendor, el banquete fue de lo mejor: hubo hojas de flores y rocío del prado, todo, como veis, fue regalado El rábano saludó muy a gusto, y soltó un largo y seco discurso La zanahoria se callaba la boquita, en la que había una dulce sonrisita Si no crees que la historia es verdadera, ve a preguntárselo a la verdulera Hizo de cura una berza roja, y de doncellas, nabos de blanca hoja Vinieron el espárrago y el melón, las patatas cantaron emoción Todos bailaron, grandes y chicos, viejos y jóvenes, pobres y ricos, hasta que el rábano reventó y, ya muerto, tranquilo se quedó La joven zanahoria sintióse satisfecha de verse una viudita hecha y derecha, sin por eso dejar de ser doncella En el puchero dieron pronto ella Si no crees que la historia es verdadera, ve a preguntárselo a la verdulera La pulga y el profesor Érase una vez un aeronauta que terminó malamente Estalló su globo, cayó el hombre y se hizo pedazos Dos minutos antes había enviado a su ayudante a tierra en paracaídas; fue una suerte para el ayudante, pues no sólo salió indemne de la aventura, sino que además se encontró en posesión de valiosos conocimientos sobre aeronáutica; pero no tenía globo, ni medios para procurarse uno Como de un modo u otro tenía que vivir, acudió a la prestidigitación y artes similares; aprendió a hablar el estómago y lo llamaron ventrílocuo Era joven y de buena presencia, y bien vestido siempre y bigote, podía pasar por hijo de un conde Las damas lo encontraban guapo, y una muchacha se prendó de tal modo de su belleza y habilidad, que lo seguía a todas las ciudades y países del extranjero; allí él se atribuía el título de «profesor»; era lo menos que podía ser Su idea fija era procurarse un globo y subir al espacio acompañado de su mujercita Pero les faltaban los recursos necesarios - Ya Llegarán - decía él - ¡Ojalá! - respondía ella - Somos jóvenes, y yo he llegado ya a profesor ¡Las migas también son pan! Ella le ayudaba abnegadamente vendiendo entradas en la puerta, lo cual no dejaba de ser pesado en invierno Y le ayudaba también en sus trucos El prestidigitador introducía a su mujer en el cajón de la mesa, un cajón muy grande; desde allí, ella se escurría a una caja situada detrás, y ya no aparecía cuando se volvía a abrir el cajón Era lo que se llama una ilusión óptica Pero una noche, al abrir él el cajón, la mujer no estaba ni allí ni en la caja; no se veía ni oía en toda la sala Aquello era un truco de la joven, la cual ya no volvió, pues estaba harta de aquella vida Él se hartó también, perdió su buen humor, lo que el público se aburría y dejó de acudir Los negocios se volvieron magros, y la indumentaria, también; al fin no le quedó más que una gruesa pulga, herencia de su mujer; por eso la quería La adiestró, enseñándole varios ejercicios, entre ellos el de presentar armas y disparar un cañón; claro que un cañón pequeño El profesor estaba orgulloso de su pulga, y ésta lo estaba de sí misma Había aprendido algunas cosas, llevaba sangre humana y había estado en grandes ciudades, donde fue vista y aplaudida por príncipes y princesas Aparecía en periódicos y carteles, sabía que era famosa y capaz de alimentar, no ya a un profesor, sino a toda una familia A pesar de su orgullo y su fama, cuando viajaban ella y el profesor, lo hacían en cuarta clase; la velocidad era la misma que en primera Existía entre ellos un compromiso tácito de no separarse nunca ni casarse: la pulga se quedaría soltera, y el profesor, viudo Viene a ser lo mismo - Nunca debe volverse allí donde se encontró la máxima felicidad - decía el profesor Era un psicólogo, y también esto es una ciencia Al fin recorrieron todos los países, excepto los salvajes En ellos se comían a los cristianos, bien lo sabía el profesor; pero no siendo él cristiano de pura cepa, ni la pulga un ser humano acabado, pensó que no había gran peligro en visitarlos y a lo mejor obtendrían pingües beneficios Efectuaron el viaje en barco de vapor y de vela; la pulga exhibió sus habilidades, y de este modo tuvieron el pasaje gratis hasta la tierra de salvajes Gobernaba allí una princesa de sólo 18 años; usurpaba el trono que correspondía a su padre y a su madre, pues tenía voluntad y era tan agradable como mal criada No bien la pulga hubo presentado armas y disparado el cañón, la princesa quedó tan prendada de ella que exclamó: - ¡Ella o nadie! Se había enamorado salvajemente, además de lo salvaje que ya era de suyo - Mi dulce y razonable hijita - le dijo su padre - ¡Si al menos se pudiese hacer de ella un hombre! - Eso déjalo de mi cuenta, viejo - replicó la princesa Lo cual no es manera de hablar sobretodo en labios de una princesa; pero no olvidemos que era salvaje Puso la pulga en su manita - Ahora eres un hombre; vas a reinar conmigo Pero deberás hacer lo que yo quiera; de lo contrario, te mataré y me comeré al profesor A éste le asignaron por vivienda un espacioso salón, cuyas paredes eran de caña de azúcar; podía lamerlas, si quería, pero no era goloso Diéronle también una hamaca para dormir, y en ella le parecía encontrarse en un globo aerostático, cosa que siempre había deseado y que era su idea fija La pulga se quedó la princesa, ya en su mano, ya en su lindo cuello El profesor arrancó un cabello a la princesa y lo ató por un cabo a la pata de la pulga, y por el otro, a un pedazo de coral que la dama llevaba en el lóbulo de la oreja «¡Qué bien lo pasamos todos, incluso la pulga!», pensaba el profesor Pero no se sentía del todo satisfecho; era un viajero innato, y gustaba ir de ciudad en ciudad y leer en los periódicos elogios sobre su tenacidad e inteligencia, pues había enseñado a una pulga a conducirse como una persona Se pasaba los días en la hamaca ganduleando y comiendo Y no creáis que comía cualquier cosa: huevos frescos, ojos de elefante y piernas de jirafa asadas Es un error pensar que los caníbales sólo viven de carne humana; ésta es sólo una golosina - Espalda de niño salsa picante es un plato exquisito - decía la madre de la princesa El profesor se aburría Sentía ganas de marcharse del país de los salvajes, pero no podía hacerlo sin llevarse la pulga: era su maravilla y su sustento ¿Cómo cogerla? Ahí estaba la cosa El hombre venga darle vueltas y más vueltas a la cabeza, hasta que, al fin, dijo: - ¡Ya lo tengo! - Padre de la princesa, permitidme que haga algo ¿Queréis que enseñe a los habitantes a presentar armas? A esto lo llaman cultura en los grandes países del mundo - ¿Y a mí qué puedes enseñarme? - preguntó el padre - Mi mayor habilidad - respondió el profesor - Disparar un cañón de modo que tiemble toda la tierra, y las aves más apetitosas del cielo caigan asadas La detonación es de gran efecto, además - ¡Venga el cañón! - dijo el padre de la princesa Pero en todo el país no había más cañón que el que había traído consigo el profesor, y éste resultaba demasiado pequeño - Fundiré otro mayor - dijo el profesor - Proporcionadme los medios necesarios Me hace falta tela de seda fina, aguja e hilo, cuerdas, cordones y gotas estomacales para globos que se hinchan y elevan; ellas producen el estampido en el estómago del cañón Le facilitaron cuanto pedía Todo el pueblo acudió a ver el gran cañón El profesor no lo había convocado hasta que tuvo el globo dispuesto para ser hinchado y emprender la ascensión La pulga contemplaba el espectáculo desde la mano de la princesa El globo se hinchó, tanto, que sólo gran dificultad podía ser sujetado; estaba hecho un salvaje - Tengo que subir para enfriarlo - dijo el profesor, sentándose en la barquilla que colgaba del globo - Pero yo solo no puedo dirigirlo; necesito un ayudante entendido, y de cuantos hay aquí, sólo la pulga puede hacerlo - Se lo permito, aunque a regañadientes - dijo la princesa, pasando al profesor la pulga que tenía en la mano - ¡Soltad las amarras! - gritó él - ¡Ya sube el globo! Los presentes entendieron que decía: - ¡Cañón! El aerostato se fue elevando hacia las nubes, alejándose del país de los salvajes La princesita, su padre y su madre y todo el pueblo, quedaron esperando Y todavía siguen esperando, y si no lo crees, vete al país de los salvajes, donde todo el mundo habla de la pulga y el profesor, convencidos de que volverán en cuanto el cañón se enfríe Pero lo cierto es que no volverán nunca, pues están entre nosotros, en su tierra, y viajan en primera clase, no ya en cuarta El globo resultado un buen negocio Nadie les pregunta de dónde lo sacaron; son gente rica y honorable la pulga y el profesor Lo que contaba la vieja Juana Silba el viento entre las ramas del viejo sauce Diríase que se oye una canción; el viento la canta, el árbol la recita Si no la comprendes, pregunta a la vieja Juana, la del asilo; ella sabe de esto, pues nació en esta parroquia Hace muchos años, cuando aún pasaba por aquí el camino real, el árbol era ya alto y corpulento Estaba donde está todavía, frente a la blanca casa del sastre, sus paredes entramadas, cerca del estanque; que entonces era lo bastante grande para abrevar el ganado y para que, en verano, se zambulleran y chapotearan desnudos los niños de la aldea Junto al árbol habían erigido una piedra miliar; hoy está decaída e invadida por las zarzamoras La nueva carretera fue desviada hacia el otro lado de la rica finca; el viejo camino real quedó abandonado, y el estanque se convirtió en una charca, invadida por lentejas de agua Cuando saltaba una rana, el verde se separaba y aparecía el agua negra; en torno crecían, y siguen creciendo, espadañas, juncos e iris amarillos La casa del sastre envejeció y se inclinó, y el tejado se convirtió en un bancal de musgo y siempreviva; derrumbóse el palomar, y el estornino estableció en él su nido; las golondrinas construyeron los suyos alineados bajo el tejado y en el alero, como si aquélla fuese una casa afortunada Antaño lo había sido; ahora estaba solitaria y silenciosa Solo y apático vivía en ella el «pobre Rasmus», como lo llamaban Había nacido allí, allí había jugado de niño, saltando por campos y setos, chapoteando en el estanque y trepando a la copa del viejo sauce Este extendía sus grandes ramas, como las extiende todavía; pero la tempestad había curvado ya el tronco, y el tiempo había abierto una grieta en él, que el viento y la intemperie habían cuidado de llenar de tierra De aquella tierra habían nacido hierba y verdor; incluso había brotado un pequeño serbal Cuando, en primavera, llegaban las golondrinas, volaban en torno al árbol y al tejado, pegaban su barro y construían sus nidos, mientras el pobre Rasmus tenía el suyo completamente abandonado, sin cuidar de repararlo, ni siquiera sustentarlo - ¡Qué más da! - exclamaba, lo mismo que decía ya su padre Él se quedaba en su casa, mientras las golondrinas se marchaban y volvían, los fieles animalitos También se marchaba y volvía el estornino, su canción aflautada En otro tiempo, Rasmus competía él en cantar, pero ahora ya no cantaba ni tocaba la flauta Silbaba el viento entre el viejo sauce, y sigue silbando; parece como si se oyera una canción; el viento la canta, el árbol la recita Si no la comprendes, ve a preguntar a la vieja Juana, la del asilo; ella sabe de estas cosas de otros tiempos: es como una crónica estampas y viejos recuerdos Cuando la casa era nueva y estaba en buen estado, se trasladaron a ella Ivar Ulze, el sastre del pueblo, y su mujer Maren, un matrimonio honrado y laborioso Por aquellas fechas, la vieja Juana era una niña, hija del zuequero, uno de los más pobres de la parroquia Más de una vez había recibido pan y mantequilla de Maren, a quien no faltaba comida Estaba en buenas relaciones la propietaria de la finca, la veían siempre alegre y risueña, no se intimidaba, y si sabía usar la boca, no menos sabía servirse de las manos: la aguja corría tan ligera como la lengua, sin que por eso se olvidase del cuidado de su casa y de sus hijos, casi una docena, pues eran once; el duodécimo no llegó - Los pobres tienen siempre el nido lleno de crías - gruñía el propietario de la casa - Si se pudiesen ahogar como se hace los gatos, dejando sólo uno o dos de los más robustos, todos saldrían ganando - ¡Dios misericordioso! - exclamaba la mujer del sastre - Los hijos son una bendición divina, son la alegría de la casa Cada niño, es un padrenuestro más Si se hace difícil saciar a tantas bocas, uno se esfuerza más y encuentra consejo y apoyo en todas partes Nuestro Señor no nos abandona si no lo abandonamos nosotros La propietaria estaba de acuerdo Maren, la aprobaba un gesto de la cabeza y le acariciaba la mejilla; lo había hecho muchas veces, e incluso la había besado, pero entonces la señora era una niña, y Maren, su niñera Las dos se querían, y siguieron queriéndose Cada año, para las Navidades, de la finca del propietario enviaban provisiones a casa del sastre: un barril de harina, un cerdo, dos patos, otro barril de manteca, queso y manzanas Todo aquello ayudaba a llenar la despensa Entonces, Ivar Ulze se mostraba satisfecho, pero no tardaba en volver su estribillo: - ¡Qué más da! La casa estaba hecha un primor, cortinas en las ventanas y también flores: claveles y balsaminas Un alfabeto de bordadora colgaba, bien enmarcado, en la pared, y a su lado una «dedicatoria» en verso, obra de la propia Maren Ulze, que tenía maña en componer rimas No estaba poco orgullosa de su apellido de «Ulze»; era la única palabra de la lengua que rimaba «Sülze», que significa gelatina - ¡No deja de ser una ventaja! - decía riendo Estaba siempre de buen humor, y nunca se le oía decir, como a su marido: «¡Para qué!» Su expresión habitual era: «¡A Dios rogando y el mazo dando!» Ella lo hacía así, y las cosas marchaban bien Los hijos crecieron, dejaron el nido, se fueron a tierras lejanas y salieron todos de buena índole Rasmus era el menor, tan hermoso de niño, que uno de los más renombrados pintores de la ciudad se brindó a pintarlo, tal como había venido al mundo El retrato estaba ahora en el palacio real; la propietaria lo había visto allí, y reconoció al pequeño Rasmus a pesar de ir en cueros Pero llegaron malos tiempos El sastre sufría de artritismo en las dos manos, se le formaron gruesos nódulos, y tanto los médicos como la curandera Stine se declararon impotentes - ¡No hay que desanimarse! - decía Maren - De nada sirve agachar la cabeza Puesto que las manos del padre no pueden ayudarnos, procuraré yo dar más ligereza a las mías El pequeño Rasmus puede también tirar de la aguja Se sentaba ya a la mesa de coser, cantando como una flauta; era un chiquillo muy alegre Pero no debía quedarse todo el día sentado allí, decía la madre; habría sido un pecado contra el pequeño; tenía también que jugar y saltar Juana, la hija del zuequero, era su mejor compañera de juego Su familia era aún más pobre que la de Rasmus No era bonita, y andaba descalza; llevaba los vestidos rotos, pues nadie cuidaba de ella, y jamás se le ocurría hacerlo ella misma; no era sino una niña, alegre como el pajarillo al sol de Nuestro Señor Rasmus y Juana solían jugar junto a la piedra miliar bajo el corpulento sauce El tenía grandes ideas; quería ser un buen sastre y vivir en la ciudad, donde había maestros que tenían diez oficiales en torno a su mesa; lo sabía por su padre Allí se haría él oficial y luego maestro; Juana iría a visitarlo, y si sabía cocinar, prepararía la comida para los dos y tendría su propia habitación A Juana le parecía todo aquello un tanto improbable, pero Rasmus no dudaba de que todo sucedería al pie de la letra Y así se pasaban las horas bajo el viejo árbol, mientras el viento silbaba a través de sus ramas y hojas; era como si el viento cantara y el árbol recitara En otoño caían las hojas, y la lluvia goteaba de las ramas desnudas - ¡Ya reverdecerán! - decía la mujer - ¡Qué más da! - replicaba el hombre - Año Nuevo, nuevas preocupaciones para salir del paso - Tenemos la despensa llena - observaba ella - Y podemos dar gracias a la señora Yo estoy sana y no me faltan energías Sería un pecado quejamos Las Navidades las pasaban los propietarios en su finca, pero a la semana después de Año Nuevo volvían a la ciudad, donde residían durante el invierno, contentos y satisfechos, asistiendo a bailes y fiestas, invitados incluso a palacio La señora había recibido de Francia dos preciosos vestidos Nunca la sastresa Maren había visto una tela, un corte y una costura como aquéllos Pidió permiso a la propietaria para ir su marido a ver los vestidos, pues para un sastre de pueblo era una cosa jamás vista El hombre los examinó sin decir palabra, y, ya de vuelta en su casa, no hizo más comentario que su habitual: - ¡Qué más da! - Y por una vez, sus palabras eran sensatas Los señores regresaron a la ciudad, donde se reanudaron los bailes y las fiestas; pero en medio de todas aquellos diversiones murió el anciano señor, y su esposa no pudo ya lucir sus magníficos vestidos Quedó muy apesadumbrada y se puso de riguroso luto de pies a cabeza; no toleró ni una cinta blanca Todos los criados iban de negro, e incluso el coche de gala fue recubierto de paño de este color Una noche gélida, en que brillaba la nieve y centelleaban las estrellas, llegó de la ciudad la carroza fúnebre conduciendo el cadáver, que debía recibir sepultura en el panteón familiar del cementerio del pueblo El administrador y el alcalde esperaban a caballo, sosteniendo antorchas encendidas, ante la puerta del camposanto La iglesia estaba iluminada, y el sacerdote recibió el cadáver en la entrada del templo Llevaron el féretro al coro, acompañado de toda la población Habló el párroco y se cantó un coral La señora se hallaba también presente en la iglesia; había hecho el viaje en el coche de gala cubierto de crespones; en la parroquia nunca habían presenciado un espectáculo semejante Durante todo el invierno se estuvo hablando en el pueblo de aquella solemnidad fúnebre: el «entierro del señor» - En él se vio lo importante que era - comentaba la gente del pueblo - Nació en elevada cuna, y fue enterrado grandes honores - ¡Qué más da! - dijo el sastre - Ahora no tiene ni vida ni bienes A nosotros al menos nos queda una de las dos cosas - ¡No hables así! - le riñó Maren - Ahora goza de vida eterna en el cielo - ¿Cómo lo sabes, Maren? - preguntó el sastre - Un muerto es buen abono Pero ése era demasiado noble para servir de algo en la tierra; tiene que reposar en la cripta - ¡No digas impiedades! - protestó Maren - Te repito que goza de vida eterna - ¿Quién te lo dicho, Maren? - repitió el sastre Maren echó su delantal sobre el pequeño Rasmus; no quería que oyese aquellos desatinos Se lo llevó llorando, a la choza, y le dijo: - Lo que oíste, hijo mío, no fue tu padre quien lo dijo, sino el demonio, que estaría en la habitación e imitó su voz Reza el Padrenuestro Lo rezaremos los dos - Y juntó las manos del niño - Ahora vuelvo a estar contenta - dijo - Confía en ti y en Dios Nuestro Señor Pasado un año, la viuda se puso de medio luto; la alegría había vuelto a su corazón Corría el rumor de que tenía un pretendiente y pensaba volver a casarse Maren sabía algo de ello, y el párroco un poco más aún El Domingo de Ramos, después del sermón, habían de leerse las amonestaciones de la viuda y su prometido, el cual era algo así como picapedrero o escultor, no se sabía a ciencia cierta por aquellas fechas; Thorwaldsen y su arte no andaban todavía en todas las bocas El nuevo propietario no era noble, aunque sí hombre de categoría Nadie entendía a punto fijo en qué se ocupaba, pero se decía que tallaba estatuas, y era muy experto en su trabajo, además de joven y guapo - ¡Qué más da! - dijo el sastre Ulze El Domingo de Ramos fueron amonestados, luego se cantó un coral y se administró la comunión El sastre, su mujer y el pequeño Rasmus estaban en la iglesia; los padres comulgaron, pero el pequeño permaneció sentado en el banco, pues aún no había recibido la confirmación En los últimos tiempos andaban escasos de ropas en casa del sastre; los trajes viejos estaban usadísimos y llenos de remiendos y piezas; pero aquel día los tres llevaban vestidos nuevos, aunque negros, como si asistiesen a un entierro; estaban confeccionados las telas que habían recubierto el coche fúnebre Había salido una chaqueta y unos pantalones para el marido, un vestido cerrado hasta el cuello para Maren, y para Rasmus, un traje completo que le serviría para la confirmación cuando llegase la hora; se lo habían hecho holgado, adrede En toda aquella indumentaria se invirtió la totalidad de la tela que tapizaba el coche, tanto por dentro como por fuera Nadie tenía por qué saber de dónde procedía aquel paño, y, no obstante, pronto corrió la voz; Stine la curandera y otras comadres de su misma calaña pronosticaron que aquellos vestidos llevarían la peste y la enfermedad a la casa - Sólo para bajar a la tumba hay que vestirse ropas funerarias La Juana del zuequero lloraba al oír estos comentarios; y como resultó que desde aquel día fue empeorando la salud del sastre, se echaba de ver a quién le tocaría pronto el turno de llorar Y así fue El primer domingo después de la Trinidad falleció el sastre Ulze, y Maren quedó sola al cuidado de la casa Y siguió llevándola y manteniéndola unida, sin perder nunca la confianza en sí misma y en Dios Al año siguiente, Rasmus fue confirmado Había sonado para él la hora de trasladarse a la ciudad como aprendiz en casa de un sastre de renombre, que, si no tenía doce oficiales en su mesa, siquiera tenía uno El pequeño Rasmus valía por medio, y estaba contento y alegre; pero Juana lloraba, pues lo quería más de lo que ella misma creyera La mujer del sastre se quedó en la vieja casa, y continuó el negocio de su marido Sucedía esto por el tiempo en que se inauguró el nuevo camino real El antiguo, que pasaba por delante de la vivienda del sastre, quedó como camino vecinal; la vegetación invadió el estanque, que pronto quedó convertido en una charca llena de lentejas de agua Volcóse la piedra miliar, pues ya no servía de nada, pero el árbol siguió viviendo, robusto y hermoso; el viento silbaba entre sus ramas y hojas Lo que contaba la vieja Juana Continuación Marcháronse las golondrinas y marchóse también el estornino, para regresar a la primavera siguiente, y a la cuarta vez volvió también ellos Rasmus Había pasado el examen de oficial sastre y era un mozo guapo, aunque delgaducho Su intención era cargarse la mochila a la espalda y marcharse a ver mundo, pero su madre deseaba retenerlo consigo En ningún sitio se está tan bien como en casa Los demás hijos se habían desperdigado todos, él era el más joven y debía quedarse su madre Trabajo no iba a faltarle, ni mucho menos; podría recorrer la comarca como sastre ambulante, trabajando quince días en un lugar y otros quince en otro También esto sería viajar Y Rasmus siguió el consejo de su madre Volvió, pues, a dormir bajo el techo de su casa natal, y, sentado al pie del viejo sauce, volvió a oír el rumor del viento soplando entre sus ramas Era un mozo de buena presencia, sabía cantar como un pájaro, cantar viejas y nuevas canciones En las grandes fincas era recibido simpatía, especialmente en casa de Klaus Hansen, el segundo entre los labradores ricos de la parroquia Su hija Elsa era como una bellísima flor, siempre risueña Algunas personas mal intencionadas aseguraban que reía sólo para exhibir sus preciosos dientes, pero la verdad es que era alegre por naturaleza y aficionada a travesuras; pero todo le estaba bien Se prendó de Rasmus, y él de ella, pero los dos se lo guardaron Así fue cómo el muchacho se volvió melancólico; tenía más del temperamento de su padre que del de su madre Su buen humor se despertaba solamente cuando llegaba Elsa; entonces los dos se reían, bromeaban y hacían travesuras; pero, aunque no le faltaron buenas oportunidades, nunca le dijo una palabra de su pasión «¡Qué más da! - pensaba - Sus padres quieren casarla bien, y yo no tengo nada Lo más acertado sería marcharme de aquí» Pero no podía alejarse de la finca; parecíale que un hilo lo atase a ella; para la muchacha era como un pájaro amaestrado, que cantaba y trinaba al gusto de ella Juana, la hija del zuequero, estaba empleada como sirvienta en la propiedad, donde tenía que hacer los trabajos más humildes; iba al prado el carro de la leche a ordeñar las vacas junto otras criadas, y cuando era preciso acarreaba también estiércol Nunca entraba en las habitaciones principales, y apenas veía a Rasmus y a Elsa, pero oía que eran casi prometidos - Rasmus será rico - decía - Me alegro por él - Y sus ojos se humedecían, lo cual cuadraba muy mal sus palabras Un día de mercado, Klaus Hansen se trasladó a la ciudad, acompañado de Rasmus, que, tanto a la ida como a la vuelta, viajó al lado de Elsa Estaba loco de amor, pero no lo dio a entender en nada «¡Sería hora de que hablara! - pensaba la muchacha, y hay que convenir en que tenía razón - Si no se decide, tendré que sacudírmelo» Y pronto se habló en la casa de que el campesino más rico de la parroquia se había declarado a Elsa Así era, en efecto, pero todo el mundo ignoraba la respuesta de la joven Los pensamientos daban vueltas en la cabeza de Rasmus Un atardecer, Elsa le puso un anillo de oro en el dedo y le preguntó qué significaba aquello - Noviazgo - dijo él - ¿Y quién crees tú? - preguntó ella - ¿Con el rico labrador? - aventuró él - ¡Acertaste! - exclamó Elsa, y, saludándolo un gesto de la cabeza, se marchó También se marchó él, y volvió a casa de su madre fuera de sí Atóse la mochila y se dispuso a lanzarse al mundo, a pesar de las lágrimas de la vieja Cortó un bastón del viejo sauce, cantando como si estuviese de buen humor porque se marchaba a ver las maravillas del ancho mundo - ¡Qué pena para mí! - suspiró la mujer - Pero es lo mejor y más acertado que puedes hacer, y debo resignarme Confía en Dios y en ti, que yo espero volverte a ver alegre y contento Avanzaba por la nueva carretera cuando vio a Juana, que pasaba guiando un carro lleno de estiércol Ella no se había dado cuenta de su presencia, y él prefería que no lo viese; por eso se ocultó detrás de un vallado, y Juana pasó a poquísima distancia Se marchó a correr mundo, nadie supo adónde Su madre pensaba que regresaría antes de fin de año Verá cosas nuevas, tendrá nuevos pensamientos; es como los viejos pliegues que no pueden alisarse la plancha Tiene demasiado de su padre; mejor quisiera que se pareciera a mí, ¡pobre hijo mío! Pero volverá seguramente; ¡no es posible que renuncie a su madre y a su casa! La mujer estaba dispuesta a esperar largo tiempo Elsa esperó sólo un mes; luego se fue a encontrar secretamente a la curandera Stine, entendida en el arte de «curar», echar las cartas y decir la buenaventura; sí, sabía más que Friján En consecuencia, conocía también el paradero de Rasmus; lo leyó en los posos del café Se encontraba en una ciudad extranjera, pero no pudo descifrar su nombre Había en aquella ciudad soldados y mujeres alegres Estaba vacilando entre tomar el mosquete o una de aquellas mozas Elsa no podía soportar esas noticias Gustosa daría el dinero que tenía ahorrado para redimirlo, a condición de que nadie supiera que era cosa suya Y la vieja Stine prometió hacer volver al muchacho; conocía un medio, peligroso para la persona interesada, pero infalible Haría cocer en una olla una mezcla que lo forzaría a marcharse del lugar donde estuviese, fuera el que fuera, y regresar junto a la olla y al lado de su amada Era posible que tardara meses, pero al fin acudiría, a menos que hubiese muerto Debía seguir sin paz ni reposo, día y noche, a través de mares y de montañas, buen o mal tiempo, y por mucha que fuese su fatiga Tenía que regresar a su tierra, era forzoso La luna estaba en su primer cuadrante, el mejor momento para el hechizo, dijo la vieja Stine El tiempo era borrascoso, crujía el viejo sauce Stine cortó una rama e hizo un nudo dentro; aquello contribuiría a atraer a Rasmus al hogar de su madre Cogió musgo y siempreviva del tejado y los metió en la olla, que había puesto ya al fuego Elsa tenía que arrancar una hoja del libro de cánticos y casualmente arrancó la última, la que contenía la fe de erratas - Lo mismo da - dijo la bruja, echándola al puchero Muchas cosas hubieron de ir a parar a aquel caldo, que debía cocer sin interrupción hasta la vuelta de Rasmus El gallo negro de la casa de la vieja Stine tuvo que sacrificar la roja cresta, que fue también a la olla También fue a ella la gruesa sortija de oro de Elsa, y Stine le había advertido de antemano que desaparecería para siempre Desde luego era lista la vieja Asimismo fueron a parar al puchero otras muchas cosas que no sabríamos enumerar Y venga hervir, sobre el fuego vivo o sobre cenizas ardientes Sólo ella y Elsa lo sabían Pasó la luna nueva, y pasó el cuarto menguante; todos los días se presentaba Elsa: - ¿Aún no lo ves venir? - ¡Sé muchas cosas! - decía Stine - y otras muchas Lo que no puedo ver es si es muy largo el camino Ya traspuesto las primeras montañas, cruzado el mar tempestuoso El camino a través de los grandes bosques es largo El mozo tiene ampollas en los pies y fiebre en el cuerpo, pero de seguir sin remedio - ¡No, no! - dijo Elsa - ¡Me da lástima! - Ahora ya no puede detenerse Si lo obligásemos a hacerlo, caería muerto en medio de la carretera Había transcurrido mucho tiempo Brillaba la luna llena, el viento silbaba entre las ramas del viejo sauce, y en el cielo, iluminado por la luna se dibujaba un arco iris - ¡Ésta es la señal! - dijo Stine - Ahora llega Rasmus Pero no llegó - ¡Larga es la espera! - dijo Stine - Ya estoy cansada - respondió Elsa, y sus visitas a la bruja empezaron a escasear, aparte que no le llevó más regalos Serenóse su espíritu, y una mañana toda la parroquia supo que Elsa había dado el sí al rico labrador Vio la casa y los campos, el ganado y el ajuar Todo estaba en buenas condiciones; no había ningún motivo que aconsejase retrasar la boda Los grandes festejos duraron tres días, y se bailó al son de clarinetes y violines Todos los habitantes de la parroquia fueron invitados, y también asistió la vieja Ulze, quien, terminada ya la fiesta, y después que los anfitriones se hubieron despedido de sus huéspedes y las trompetas hubieron cerrado la solemnidad, marchóse a su casa los restos del banquete Había cerrado la puerta solamente un palo La encontró abierta a su regreso y en la casa estaba Rasmus Acababa de llegar ¡Santo Dios! No era sino piel y huesos, estaba pálido y demacrado - ¡Rasmus! - exclamó su madre - ¿Es posible que seas tú? ¡Qué enfermo pareces! Pero me alegra el tenerte aquí de nuevo Y le sirvió una buena comida, las viandas que traía de la boda: asado y un pedazo de torta En el curso de los últimos tiempos, dijo el mozo, había pensado gran frecuencia en su madre, en la casa y en el viejo sauce Parecía extraño las veces que en sueños había visto el árbol y a Juana, descalza No mencionó a Elsa Estaba enfermo y tuvo que acostarse; pero nosotros no creemos que fuera por culpa de la olla ni que ésta hubiera ejercido influencia alguna sobre él Sólo la vieja Stine y Elsa lo creyeron, pero nunca hablaron de ello Rasmus yacía enfermo de fiebre contagiosa; por eso nadie iba a la casa del sastre, excepto Juana, la hija del zuequero, la cual rompió a llorar al ver lo acabado que estaba el joven El doctor le recetó algo de la farmacia, pero él se negó a tomar los medicamentos - ¡Qué más da! - dijo - Tómalo y te curarás - le insistió su madre - Confía en Dios y en ti mismo Gustosa daría mi vida por verte otra vez carnes en el cuerpo, cantando y silbando como antes Rasmus salió de su enfermedad, pero su madre se contagió, y Dios la llamó a su seno en vez de a él La casa quedó solitaria, solitaria y mísera - ¡Está agotado - decían en la parroquia - ¡Pobre Rasmus! En el curso de sus viajes había llevado una vida desordenada Aquello, y no la negra olla, fue lo que consumió su salud y puso la inquietud en su alma El cabello se le aclaró y volvió gris; no hacía nada a derechas: - ¡Qué más da! - decía Iba más a la taberna que a la iglesia Un anochecer de otoño se dirigía penosamente a su casa, bajo la lluvia y el viento, por el fangoso camino que conducía a la taberna Hacía ya mucho tiempo que su madre reposaba en la sepultura También se habían marchado las golondrinas, los estorninos y los fieles pájaros; pero Juana, la hija del zuequero, no se había ido Fue a su encuentro y lo acompañó un trecho - ¡Haz un esfuerzo, Rasmus! - ¡Qué más da! - respondió él - ¡No debes decir eso! - riñóle Juana - Acuérdate de las palabras de tu madre: «Confía en Dios y en ti» No lo haces, Rasmus, y tendrías que hacerlo Nunca digas: «¡Qué más da!»; así no harás nunca nada No lo dejó hasta la puerta de su casa; pero él, en vez de entrar, se dirigió al viejo sauce, sentándose en el hito derribado El viento silbaba entre las ramas del árbol; era como una canción, como un discurso Rasmus respondió hablando en voz alta, pero nadie lo oyó, aparte el árbol y el viento - ¡Qué frío! Es hora de acostarme ¡Dormir, dormir! Y se fue, mas no a su casa, sino al estanque, donde cayó desfallecido Llovía a torrentes, y el viento era helado, pero él no se daba cuenta Cuando salió el sol, y las cornejas reanudaron su vuelo sobre el cañaveral, Rasmus despertó, medio muerto Si se hubiese caído la cabeza donde le quedaron los pies, no se habría vuelto a levantar; la lenteja de agua habría sido su mortaja Al hacerse de día, Juana volvió a casa del sastre; ella fue su amparo, lo llevó al hospital - Nos conocimos de niños - le dijo - Tu madre me dio muchas veces de comer y de beber, y nunca se lo agradeceré bastante Tú recobrarás la salud, volverás a ser un hombre y a vivir Y Dios dispuso que siguiera viviendo, pero la salud y las facultades se habían perdido para siempre Volvieron las golondrinas, reanudaron sus vuelos y se marcharon de nuevo una y otra vez Rasmus envejeció antes de tiempo Vivía solo en su casa, que iba decayendo visiblemente Era pobre, más aún que Juana - No tienes fe - decíale ella - Si no fuese por Dios, ¡qué nos quedaría! Tendrías que ir a tomar la comunión Seguramente no has vuelto desde que te confirmaron - ¡Bah! ¡Qué más da! - replicó él - Si dices lo que piensas, déjalo El Señor no quiere a su mesa invitados forzados Pero piensa en tu madre y en tu niñez Eras un muchacho bueno y piadoso ¿Quieres que te cante una canción de infancia? - ¡Qué más da! - replicó él - A mí siempre me consuela - dijo ella - Juana, eres una santa - Y la miró ojos cansados y apagados Juana cantó la canción, pero no leyéndola de un libro, pues no tenía ninguno, sino de memoria - ¡Qué palabras más hermosas! - dijo él - Pero no he podido seguirlas bien ¡Tengo la cabeza tan pesada! Rasmus era ya viejo, y Elsa no era joven tampoco Nosotros mencionamos su nombre, aunque Rasmus no lo hacía nunca Era ya abuela y tenía una nieta muy traviesa La chiquilla jugaba los otros niños del pueblo, y Rasmus se acercaba al grupo, apoyado en su bastón, y se quedaba parado mirándolos sonriente, como si su imaginación evocara tiempos pretéritos La nietecita de Elsa gritaba, señalándolo: - ¡Pobre Rasmus! - y las demás niñas seguían su ejemplo - ¡Pobre Rasmus! - repetían, y todas se ponían a perseguir al viejo gran griterío Fue un día gris y agobiante, al que siguieron otros muchos; pero después de los días agobiantes y grises, viene, al fin, uno de sol Una magnífica mañana de Pentecostés, la iglesia apareció adornada verdes ramas de abedul, que impregnaban el aire los aromas del bosque, mientras el sol brillaba sobre los bancos Los grandes candelabros del altar estaban encendidos; se administraba la comunión, y Juana figuraba entre los fieles arrodillados, pero Rasmus no se hallaba presente Aquella misma mañana, Dios lo había llamado a Sí Dios es la gracia y la misericordia Han transcurrido muchos años desde aquella mañana La casa del sastre sigue en pie, pero nadie la habita; la noche menos pensada, una tormenta la hundirá El estanque está invadido de cañas y juncos El viento silba aún en el viejo árbol; diríase que se oye una canción: el viento la canta, el árbol la recita; si no la comprendes, ve a preguntárselo a la vieja Juana, la del asilo En el asilo vive, y canta su canción piadosa, aquella misma que cantó a Rasmus Ella piensa en él y reza por él a Dios Nuestro Señor Podría contar muchas cosas del tiempo pasado, recuerdos que murmuran en el viejo árbol ... zuecos - ¿Cuánto pides por tu puchero? -preguntó - Diez besos de la princesa -respondió el porquerizo - ¡Dios nos asista! -exclamó la dama - Éste es el precio, no puedo rebajarlo -, observó él - ¿Qué... muerto - ¿Quién es y de dónde lo has sacado? -preguntó el boticario - Es mi abuela -respondió Colás- La maté para sacar de ella una fanega de dinero - ¡Dios nos ampare! -exclamó el boticario- ¡Qué... - ¿Qué te dicho? -preguntó la princesa - No me atrevo a repetirlo -replicó la dama- Es demasiado indecente - Entonces dímelo al oído - La dama lo hizo así - ¡Es un grosero! -exclamó la princesa,

Ngày đăng: 08/05/2017, 11:50

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