LOS MEJORES RELATOS DE FANTASÍA I Avram Davidson (Recopilador) Avram Davidson Título original: Magic for Sale Traducción: Cesar Terrón © 1983 by Avram Davidson © 1985, Ediciones Martínez Roca, S. A. Gran vía 774 - Barcelona ISBN 84-270-0969-0 Edición digital de Umbriel. R6 08/02 ÍNDICE Tienda de chatarra, John Brosnan (Junk Shop, 1968) Del tiempo y la Tercera Avenida, Alfred Bester (Of Time and Third Avenue, 1951) Cada cual su botella, John Collier (Bottle Party, 1939) Tal como está, Robert Silverberg (As Is, 1968) La capa, Robert Bloch (The Cloak, 1939) Piedra de toque, Terry Carr (Touchstone, 1964) Doctor Bhumbo Singh, Avram Davidson (Dr. Bhumbo Singh, 1982) El héroe es único, Harlan Ellison (The Cheese Stands Alone, 1981) El tritón malasio, Jane Yolen (The Malaysian Mer, 1982) Bébase entero: contra la locura de masas, Ray Bradbury (Drink Entire: Against the Madness of Crowds, 1975) Elephas Frumenti, L. Sprague de Camp (Elephas Frumenti, 1950) Tellero Bo, Theodore Sturgeon (Shottle Bop, 1948) El huevo de cristal, H. G. Wells (The Crystal Egg, 1900) La mujer del vestido genético, Daniel Gilbert (The Woman in the Designer Genes, 1980) TIENDA DE CHATARRA John Brosnan Australia, tierra natal de John Brosnan, es un país tan grande (casi tan grande como los Estados Unidos si descontamos Alaska) como para justificar que este escritor haya creado un relato tan corto. «Lo escribí —explica Brosnan— mientras trabajaba de archivero en una oficina de impuestos, poco después de llegar a Gran Bretaña tras un largo trayecto por tierra en un típico autobús de dos pisos, y creo que estaba muy deprimido en aquella época. He vivido en Londres desde entonces.» Y ahora el seleccionador debe refrenar su locuacidad, o la introducción será más larga que el relato. John Brosnan nació en Perth, Australia occidental, en 1947, y se estableció en Gran Bretaña en 1970. Ha escrito diversos libros sobre cine, entre ellos Future Tense: The Cinema of Science Fiction, y dos novelas, Skyship y The Midas Deep, así como cuentos «fundamentalmente de naturaleza humorística, aunque las opiniones varían». Joe descubrió la tienda por casualidad durante uno de sus paseos a la hora del almuerzo. Estaba apretujada entre una fábrica en ruinas y un vacío almacén en una pequeña callejuela. Si le preguntan el lugar exacto, Joe será incapaz de contestar, aunque él sabe que se hallaba cerca de las cocheras de tranvías. No era lo que se llama propiamente una tienda, dice Joe; no había escaparate, no había nada, en realidad no era más que una barraca. En fin, Joe se detiene al llegar a la tienda y atisba el interior. No consigue ver gran cosa porque el sol brilla bastante ese día, y el interior está oscuro, pero vislumbra un letrero en una mesa, cerca de la puerta, que tiene escrita la palabra CHATARRA. Joe, como es sabido, es aficionado a husmear en tiendas de chatarra y similares, y entra. Todavía no puede ver nada, deslumbrado como está por el sol, pero e! lugar huele mal. El ambiente es caluroso y húmedo, tiene un sabor «metálico» (si le preguntan a Joe qué pretende decir con eso, él supondrá que se trata del criadero perfecto para uno de sus dolores de cabeza). Pero Joe decide que echará una rápida ojeada, y cuando por fin sus ojos se adaptan a la oscuridad interior, empieza a husmear. Las existencias, suponiendo que se las pueda llamar así, están dispuestas en dos hileras de mesas largas y estrechas que se extienden hasta la misma parte trasera de la tienda. Al principio nada parece prometedor a Joe, en realidad ni siquiera reconoce lo que ve; pero eso no le sorprende, ya que supone que los objetos más vulgares parecen extraños cuando están alejados de su habitual entorno. Al coger una retorcida pieza de metal, preguntándose si procede de las entrañas de un motor de reacción o de una lavadora, Joe nota de pronto que alguien está de pie junto a él. Sorprendido, se vuelve y ve a un anciano vestido con un sucio mono. Suponiendo que debe de ser el propietario de la tienda, como así es realmente, Joe sonríe y le dice: —Sólo estoy echando una ojeada. Le parece bien, ¿no? —-Claro —dice el viejo—, mire cuanto quiera. Él es un extraño bobalicón, según Joe. Piel amarillenta, ¿saben?, como de ictericia, y ojos de brillante color anaranjado. Bien, pregunten a Joe luego. La cuestión es que a Joe no le gusta el aspecto del anciano y confía en que se esfume. Joe considera que ser observado anula toda la diversión de curiosear. —Estaré detrás —dice el viejo—. Dé un grito si encuentra algo que le guste. Y se va. Sintiéndose más feliz, Joe continúa su fisgoneo y, dos minutos más tarde, topa con algo que le interesa. Es una esfera en forma de huevo, de veinte centímetros de diámetro, hecha con vidrio transparente o algo similar. Como por arte de magia —y Joe tiene sus ideas al respecto— el anciano vuelve a estar junto a él con aire ansioso. Joe está tan sorprendido que el objeto por poco se le escapa de las manos. —¿Le gusta? —pregunta el viejo. —Oh, no sé —dice Joe—. ¿Qué es? No será una de esas bolas de cristal, ¿eh? —Nooo —dice el viejo—. Es lo que podría llamarse una novedad. Mire fijamente el interior. Joe obedece. Descubre que el huevo tiene un trozo de reluciente neblina en el centro. —Observe —dice el viejo. Joe observa y ve que la zona de neblina se encoge. Se hace cada vez más pequeña hasta que es imposible verla. Luego hay un brillante centelleo de luz y la zona de neblina reaparece, pero en esta ocasión creciendo. —¿Qué es? —vuelve a preguntar Joe. —El universo —responde el anciano. —Oh —dice Joe, y luego piensa un poco—. Muy ingenioso, ciertamente. Como una de esas escenas de Navidad para los niños. Las agitas y parece como si nevara dentro. —Nooo —dice el anciano—. Esto es genuino. Lo que está sosteniendo usted es su verdadero universo. —Me está tomando el pelo —dice Joe—. ¿Cómo puede meterse el universo entero en un huevo de cristal de este tamaño? —No lo sé —responde el viejo—. Supongo que es como meter un barco dentro de una botella Era un hobby de un antepasado mío. Ni siquiera tengo una pista de cómo lo hacía. —Pero ¿cómo podemos estar aquí sosteniendo el universo? —pregunta Joe—. ¿No deberíamos estar también dentro del huevo? —Estamos, o estaremos, o estuvimos; no estoy seguro. Una escala de tiempo muy distinta, eso está claro por el hecho de que podemos ver la vibración del universo. Mientras hablamos, millones de años pasan dentro del huevo. —Hummm —dice Joe. —Bien, ¿lo quiere? Será una maravillosa curiosidad en su cuarto de estar. Es francamente espectacular si apaga las luces. —No quiero que se forme una idea equivocada —dice Joe—, pero me resulta difícil tragar esta bola. ¿Puede demostrar que es el universo verdadero? El anciano suspira. —Naturalmente —dice—. Basta con que me mire los ojos. —Bueno —dice Joe, y empieza a retroceder. —Mire —repite el viejo. Y Joe, simplemente para darle gusto, observa los curiosos ojos anaranjados del viejo chiflado, y de repente comprende, comprende —pero no le pidan que explique cómo— que el anciano está diciéndole la verdad. —¡Cristo! —exclama Joe—. ¡Vaya antepasados que tiene! El viejo tipo ofrece una sonrisa a modo de excusa y se encoge de hombros. —Pero, como puede ver, yo he topado con tiempos difíciles Joe vuelve a mirar el huevo. —Cristo —murmura—, el verdadero universo —Luego le asalta un pensamiento—. Eh, ¿cuánto quiere por esto? El anciano medita. —¿Qué le parece un dólar y medio? —pregunta, Joe menea la cabeza y, con aire de tristeza, deja el huevo en la mesa. —Lo que pensaba —comenta—, demasiado. ¿Qué otras cosas tiene? DEL TIEMPO Y LA TERCERA AVENIDA Alfred Bester ¿Por qué solía haber tantos bares en la Tercera Avenida de Nueva York con nombres como Reilly's, Kelly's, Teague's, O'Rourke's? La pregunta y la irónica respuesta («¿Por qué beben los irlandeses? Para tener algo que hacer mientras se están emborrachando») fueron probablemente inventadas por uno de ellos basándose en el principio (observado por el doctor Johnson) de que los irlandeses son «personas muy correctas que nunca hablan bien unas de otras». El educado señor Bester, sin embargo, evita ese tipo de descripciones realistas, aunque paradójicamente el escenario de este relato de la época es uno de esos bares irlandeses de burlas y whisky, que prácticamente no son de ninguna época en concreto y que antes eran tan característicos de la Tercera Avenida de Manhattan como los edificios de ladrillos rojos donde estaban estos bares. Más de una inyección de malta disfruté y o allí, a pesar de que yo, Dios lo sabe, no soy irlandés. Bueno, voy a ahorrarles estos tiernos recuerdos Este pequeño cuento tiene realmente una gran moraleja. Alfred Bester nació en 1913 en Nueva York. Mientras estaba considerando, y al mismo tiempo preparando, las carreras en derecho, música y biología molecular (entre otras), su gran fascinación por los tintes vitales y los procesos vitales en la fisiología lo llevaron a escribir su primera historia de ciencia ficción. Se vendió. Lo mismo pasó con otros cuentos suyos, y con guiones para radio y televisión, y artículos para revistas Alfred Bester se convirtió finalmente en el jefe de redacción de la revista Holiday, que todavía permanece en nuestra memoria. Entre sus cuentos están el clásico Fondly Fahrenheit y The Men Who Murdered Mohammed. Entre sus libros están: El hombre demolido, The Stars My Destination, Tigre, Tigre, The Computer Connection, The Light Fantastic, Star Light, Star Bright, Golem 100, The Deceivers y Starlight: Short Fiction. Alfred Bester vive en una pequeña ciudad en el sudeste de Pennsylvania. Lo que a Macy molestó del hombre fue el hecho de que rechinara. Macy no supo si eran los zapatos, pero supuso que eran las ropas. En el reservado de su bar, bajo el póster que preguntaba: ¿QUIÉN TEME HABLAR DE LA BATALLA DEL BOYNE?, Macy inspeccionó al extraño. Era alto, delgado y muy elegante. A pesar de su juventud, era casi calvo. Había pelusa en lo alto de su cabeza y sobre las cejas. Entonces el hombre buscó el billetero en su chaqueta, y Macy lo comprendió. Eran sus ropas las que rechinaban. —Vale, señor Macy —dijo el extraño, con tono silábico—. Muy bien. Por alquilar su reservado, con utilización exclusiva durante un crono —¿Un qué? —preguntó Macy, nervioso. —Crono. ¿Palabra incorrecta? Oh, sí. Perdóneme. Una hora. —Usted es extranjero —dijo Macy—. ¿Cuál es su nombre? Apuesto a que es ruso. —No. Extranjero no —respondió el extraño, y sus ojos temerosos se pasearon por el reservado—. Llámeme Boyne. —¡Boyne! —repitió Macy, incrédulo. —Sí, Boyne. El señor Boyne abrió un billetero que parecía un acordeón, hizo correr sus dedos por distintos billetes de colores y monedas, y luego sacó un billete de cien dólares. Lo extendió a Macy y dijo: —La tarifa de alquiler por una hora. Como acordamos. Cien dólares. Cójalos y váyase. Empujado por la fuerza de la mirada de Boyne, Macy cogió el billete y retrocedió bamboleante hacia la barra. Por encima del hombro, gorjeó: —¿Qué quiere beber? —¿Beber? ¿Alcohol? ¡Puf! —respondió Boyne. Dio media vuelta y se precipitó hacia la cabina telefónica, buscó bajo la caja del teléfono y localizó el cable conductor. De un bolsillo lateral sacó una pequeña caja brillante y la enganchó en el cable, ocultándola a la vista. Luego levantó el receptor. —Coordenadas 73-58-15 oeste —dijo con rapidez—. 40-45-20 norte. Dispersión sigma. Parecéis espectros —Después de una pausa, continuó—: ¡Ya! ¡Ya! Transmisión clara. Quiero una atracción de Knight. Oliver Wilson Knight. Probabilidad de cuatro cifras significativas. ¿Tenéis las coordenadas? ¿99,9807? Vale. Sostened Boyne sacó la cabeza de la cabina y espió hacia la puerta del bar. Esperó con acerada concentración hasta que un joven y una hermosa muchacha entraron. Luego se volvió hacia el teléfono. —Probabilidad cumplida. Oliver Wilson Knight en contacto. Vale. Suerte. Colgó el receptor, y cuando la pareja se dirigió hacia el reservado, él ya estaba sentado bajo el póster. El joven tenía unos veintiséis años, de estatura mediana, y tendencia a la obesidad. Su traje estaba arrugado, su engomado cabello castaño estaba arrugado, y su rostro amistoso estaba surcado de arrugas naturales. La chica tenía cabello negro, suaves ojos azules y una diminuta sonrisa reservada. Caminaban muy juntos, y les gustaba rozarse suavemente cuando pensaban que nadie les miraba. En ese momento se rozaron con el señor Macy. —Lo siento, señor Knight —dijo Macy—. Usted y la joven no podrán sentarse allí esta tarde. El reservado ha sido alquilado. Sus rostros se desmoronaron. —Está bien, señor Macy —exclamó Boyne—. Todo correcto. Feliz de que el señor Knight y su amiga sean mis invitados. Knight y la chica se volvieron. Boyne sonrió y palmeó la silla junto a él. —Sentaos —dijo—. Estoy encantado, os lo aseguro. —Lamentamos parecer unos intrusos —dijo la joven—, pero éste es el único lugar de la ciudad donde podemos encontrar una auténtica gaseosa de jengibre Stone. —Comprendo la situación, señorita Clinton. —Y volviéndose hacia Macy dijo—: Traiga las gaseosas y váyase. No hay más invitados. Estos son todos los que esperaba. Knight y la joven miraron a Boyne con sorpresa mientras se sentaban con lentitud. Knight colocó un paquete de libros envueltos en papel sobre la mesa. —¿Me conoce usted, señor ? —dijo la chica, tomando aliento. —Boyne. Como en Boyne, batalla del. Sí, claro. Usted es la señorita Clinton. Él es el señor Oliver Wilson Knight. Alquilé este reservado para verles esta tarde. —Supongo que está bromeando, ¿verdad? —preguntó Knight, y un débil rubor apareció en sus mejillas. —Gaseosa de jengibre —dijo Boyne amablemente cuando llegó Macy, depositó las botellas y los vasos, y partió con rapidez. —Usted no podía saber que íbamos a venir aquí —dijo Jane—. Nosotros mismos no lo sabíamos , hasta hace unos minutos. —Siento contradecirla, señorita Clinton. —Boyne sonrió—. La probabilidad de su llegada a la longitud 73-58-15, latitud 40-45-20 era del 99,9807 por ciento. Nadie puede escapar a cuatro cifras significativas. —Oiga —comenzó Knight con enojo—, si ésta es su idea de —Por favor, beba su refresco y escuche mi idea, señor Knight. —Boyne se inclinó sobre la mesa con galvánica intensidad—. Esta hora ha sido dispuesta con gran dificultad y mucho costo. ¿Por quién? No importa. Usted nos ha colocado en una posición extremadamente peligrosa. Me han enviado para encontrar una solución. —¿Solución para qué? Jane trató de incorporarse. —Yo , creo que es mejor irse Boyne le indicó que se sentara, y ella obedeció como si fuera una niña. Entonces se dirigió a Knight: —Este mediodía entró usted en el establecimiento de J. D. Craig Co., vendedor de libros. Usted adquirió, por medio de transferencia de moneda, cuatro libros. Tres carecen de importancia, pero el cuarto —Palmeó enfáticamente el paquete—. Este es el quid de este encuentro. —¿De qué demonios está hablando? —exclamó Knight. —Un volumen encuadernado consistente en una colección de hechos y estadísticas. —¿El almanaque? —El almanaque. —¿Qué pasa con él? —Usted intentó adquirir un almanaque de 1950. —He comprado un almanaque de 1950. —¡No lo hizo! —proclamó Boyne—. Usted compró un almanaque de 1990. —¿Qué? —El Almanaque Mundial de 1990 está en este paquete —dijo Boyne con claridad—. No me pregunte cómo. Hubo un descuido que ya ha sido castigado. Ahora el error debe ser corregido. Por eso estoy yo aquí. Por eso se dispuso este encuentro. ¿Entiende? Knight se echó a reír y se estiró hacia el paquete. Boyne se inclinó sobre la mesa y le cogió la muñeca. —No lo debe abrir, señor Knight. —De acuerdo. —Knight se recostó en su silla, hizo una mueca risueña a Jane y sorbió su gaseosa—. ¿Cuál es el motivo de esta farsa? —Debo tener el libro, señor Knight. Me gustaría salir de este bar con el almanaque bajo el brazo. —Le gustaría, ¿eh? —Me gustaría. —¿El almanaque de 1990? —Sí. —Si existe algo parecido a un almanaque de 1990 —dijo Knight—, y si está en este paquete, ni todos los diablos juntos podrían quitármelo. —¿Por qué, señor Knight? —No sea idiota. ¿Una mirada al futuro? Las noticias del mercado de valores , las carreras de caballos , la política. Es dinero en efectivo. Seré rico. —Sí, en efecto —asintió Boyne—. Más que rico. Omnipotente. Una mente pequeña utilizaría el Almanaque del Futuro sólo para cosas pequeñas. Apostar a los resultados en el deporte y en las elecciones. Y en otras cosas. Pero un intelecto de dimensiones , su intelecto , no se detendría ahí. —Si usted lo dice —sonrió Knight. —Deducción. Inducción. Conclusión. —Boyne remarcó los puntos con los dedos—. Cada hecho le explicaría una historia completa. La inversión estatal real, por ejemplo Qué tierras comprar y vender. Los informes de los cambios de población y los censos se lo dirían. Los transportes. La lista de desastres marítimos y descarrilamientos de trenes le indicarían hasta qué punto el transporte a reacción ha reemplazado al tren y al barco. —¿Lo ha hecho? —rió Knight entre dientes. —Los informes de los vuelos le indicarían qué mercancías debería comprar. Las listas de tráfico postal le indicarían las ciudades del futuro. Los ganadores del premio Nóbel le dirían qué científicos y qué nuevas invenciones vigilar. Los presupuestos armamentísticos le indicarían qué fábricas y qué industrias controlar. Los informes del costo de vida le dirían cómo proteger sus bienes contra la inflación o la deflación. La cotización de las divisas extranjeras, las quiebras bancarias y el índice de las compañías de seguros le suministrarían la clave para protegerse contra cualquier desastre. —Ésa es la idea —dijo Knight—. Eso me interesa. —¿Realmente lo cree así? —Sé que es así. Dinero en mi bolsillo. El mundo en mi bolsillo. —Perdone —dijo Boyne vivamente—, pero usted se limita a repetir los sueños de la niñez. Quiere una fortuna. Sí. Pero sólo con esfuerzo , con su propio esfuerzo. No hay felicidad en un regalo que no se ha ganado. No da más que culpa y desdicha. Usted ya es consciente de eso ahora. —No estoy de acuerdo —dijo Knight. —¿No lo está? ¿Entonces por qué trabaja? ¿Por qué no roba? ¿Estafa? ¿Por qué no quita a los otros su dinero para llenar sus propios bolsillos? —Pero yo —comenzó Knight, y luego se detuvo. —El punto ha sido bien planteado, ¿eh? —Boyne hizo un gesto impaciente con la mano—. No, señor Knight. Busque un argumento maduro. Usted es demasiado ambicioso y sano para conseguir el éxito mediante el robo. —En tal caso, me gustaría saber si voy a tener éxito. —Sí. Correcto. Usted desea hojear las páginas para buscar su nombre. Quiere tener un seguro. ¿Por qué? ¿No confía en sí mismo? Es un prometedor abogado. Sí, lo sé. Forma parte de mi información. ¿No tiene la señorita Clinton confianza en usted? —Sí —dijo Jane en voz alta—. El no necesita la confianza que un libro pueda darle. —¿Qué más, señor Knight? Knight vaciló, serenándose ante la abrumadora intensidad del rostro de Boyne. Luego dijo: —Seguridad. —Eso no existe. La vida es peligro. Sólo podrá encontrar seguridad en la muerte. —Usted ya sabe qué quiero decir —musitó Knight—. El conocimiento de la vida hace posible una planificación. Está la bomba atómica. Boyne asintió con rapidez. —Es cierto. Hay una crisis. Pero yo estoy aquí. El mundo continuará. Yo soy la garantía. —Si le creo —Y si no, ¿qué? —estalló Boyne—. Usted no necesita seguridad. Usted necesita valor. —Y deslumbre a la pareja con una desdeñosa mirada—. Este es un país con una leyenda de padres pioneros, de quienes se supone que usted adquirió el valor para afrontar las dificultades. D. Boone, E. Alien, S. Houston, A. Lincoln, G. Washington y otros. ¿Correcto? —Supongo que sí —murmuró Knight—. Eso es lo que nos decimos a nosotros mismos. —¿Y dónde está ese valor en usted? ¡Puff! Es sólo cháchara. Lo desconocido le asusta. El peligro no le impulsa a luchar, como ocurría con D. Crockett; sólo hace que gimotee y busque la solución en este libro. ¿Correcto? —Pero la bomba atómica —Es un peligro. Sí. Uno de tantos. ¿Y qué? ¿Usted hace trampas al solamario? —¿Solamario? —Perdón. —Boyne reconsideró, haciendo chasquear los dedos con impaciencia ante la interrupción de sus argumentos—. Es un juego con un solo participante, con cambios en el reagrupamiento de las cartas. Olvidé cómo —¡Oh! —La cara de Jane se iluminó—. El solitario. —Vale. Solitario. Gracias, señorita Clinton. —Boyne giró la mirada hacia Knight—. ¿Usted hace trampas al solitario? —Ocasionalmente. —¿Le apetece ganar haciendo trampas? —No como regla. —Es tiste, ¿no? Aburrido. Tedioso. Cansado. Le es indiferente. Usted desea ganar honestamente. —Supongo que sí. —Y supone que lo hará una vez haya echado un vistazo al libro. Toda su vida desearía haber jugado honestamente el juego de la vida. Se avergonzaría de haber mirado. Se arrepentiría. Recordaría completamente las declaraciones de nuestro profeta-filósofo Trynbyll, quien resumió todo en una iluminada y escasa línea. «El futuro es Tekon», dijo Trynbyll. Señor Knight, no haga trampas. Deje que le implore que me entregue el almanaque. —¿Por qué no me lo quita? —Debe ser un obsequio. No podemos robar nada. No podemos darle nada. —Eso es mentira. Usted ha pagado a Macy para alquilar el reservado. —Se ha pagado a Macy, pero no le doy nada. Él pensará que ha sido estafado, pero usted no dejará que sea así. Todo se ajustará sin dislocamientos. —Oiga —Todo ha sido cuidadosamente planificado. He apostado por usted, señor Knight. Ahora depende de su buen sentido. Entrégueme el almanaque. Me disolveré reorientado , y nunca volverá a verme de nuevo. ¡Sinvergüenza! Será una bonita historia de bar para narrar a los amigos. ¡Deme ese almanaque! —¡Corte el rollo! —dijo Knight—. Esto es una farsa, ¿no se acuerda? Yo —¿Lo es? —interrumpió Boyne—. ¿Lo es? Míreme. Durante casi un minuto, la joven pareja contempló la pálida cara blanca con sus ojos espectrales. La semisonrisa abandonó los labios de Knight, y Jane se estremeció involuntariamente. Hubo un escalofrío y desaliento en el reservado. —¡Dios mío! —Knight miró con desamparo a Jane—. Esto no puede estar sucediendo. Me lo está haciendo creer. ¿Tú? Jane asintió con brusquedad. —¿Qué podemos hacer? Si todo lo que dice es verdad, podemos rehusar y ser felices para siempre. —No —dijo Jane, con voz entrecortada—. En ese libro puede haber dinero y éxito, pero también separación y muerte. Dale el almanaque. —Cójalo —dijo Knight débilmente. Boyne se incorporó en seguida. Cogió el paquete y se dirigió a la cabina telefónica. Cuando salió tenía tres libros en una mano y un pequeño envoltorio hecho con el papel del paquete en la otra. Colocó los libros sobre la mesa y se detuvo por un momento, sosteniendo el envoltorio y sonriendo. —Mi gratitud —dijo—. Ustedes han mitigado una situación precaria. Sería agradable que recibieran algo a cambio. Tenemos prohibido transferir algo que pueda desviar las corrientes de los fenómenos existentes, pero al menos les daré un recuerdo del futuro. Retrocedió, se inclinó exageradamente y dijo: —A vuestro servicio. Luego se volvió y empezó a salir del bar. —¡Eh! —llamó Knight—. ¿Y el recuerdo? —Macy lo tiene —respondió Boyne, y desapareció. La pareja se quedó algunos instantes en blanco, como durmientes que se despiertan lentamente. Luego, mientras la realidad empezaba a retornar, se contemplaron uno al otro y estallaron en risas. —Realmente me ha asustado —dijo Jane. —Y luego hablan de los personajes de la Tercera Avenida. ¡Qué actuación! Pero ¿qué ha ganado con todo esto? —Bien , tiene tu almanaque. —Pero eso no tiene sentido. —Knight comenzó a reír otra vez—. Todo ese asunto de pagar a Macy sin darle nada. Y se supone que yo procuraré que no le estafen. Y el misterio del recuerdo del futuro La puerta del bar se abrió con brusquedad y Macy cruzó el salón hacia el reservado. [...]... el dinero, sin dejar de parpadear, y apartó la capa de los hombros de Henderson Al deslizarse la tela, Henderson se sintió repentinamente cálido Debía de hacer frío en el sótano, pues la capa estaba helada El anciano envolvió la capa, sonriente, y le dio el paquete —Se la devolveré mañana—prometió Henderson —No es necesario La ha comprado Es suya —Pero —Voy a dejar el negocio dentro de poco Le será... se apoderó de él Volvió la cabeza, con los ojos fijos en el arrugado cuello, el fluctuante, arrugado cuello del grueso anfitrión Unas manos se extendieron de pronto Lindstrom chilló igual que una rata asustada Era una rata rolliza, lustrosa, rebosante de sangre A los vampiros les gusta la sangre Sangre de la rata, del cuello de la rata, de la vena del cuello de la rata, de la vena del cuello de la... el horror se alzó el latido del corazón de Henderson Al mirar los brillantes ojos, la cálida boca en forma de roja invitación, Henderson sintió una oleada de calor Observó el blanco cuello por encima de la oscura y reluciente capa, y sintió otra clase de calor Amor, deseo y hambre Ella debió de verlo en los ojos de Henderson, pero no se asustó Muy al contrario, su mirada devolvió las llamas ¡También... la fiesta de esa noche, y era mejor concentrarse en localizar la tienda antes de que cerrara en vez de perder el tiempo soñando despierto en la víspera de Todos los Santos Los ojos de Henderson examinaron las sombras cada vez más negras de los sucios edificios que delimitaban la estrecha calle De nuevo miró la dirección que había garabateado tras encontrarla en el listín telefónico ¿Por qué demonios... sabía que los ángeles usaran cosméticos —replicó Henderson— Pero hay muchas cosas que no sé respecto a los ángeles A partir de ahora les dedicaré un estudio especial Hay tantas cosas que deseo averiguar Seguramente me encontrará detrás de usted toda la noche, con un cuaderno —¿Un vampiro con cuaderno? —Oh, pero soy un vampiro muy inteligente, no uno de esos de los bosques de Transilvania Descubrirá... allí, aparte de una tenue línea que señalaba el lugar donde la tapa podía haberse abierto en otros tiempos Pero qué diablos El automóvil estaba por lo demás en perfecto estado, y Sam no se encontraba en situación de mostrarse demasiado exigente De la noche a la mañana, prácticamente, le habían trasladado a la oficina de Los Ángeles, cosa que estaba muy bien desde el punto de vista de salir de Nueva York... de soplete —¿Por qué no ha hecho eso usted mientras tenía el coche en venta? El vendedor adoptó un aire evasivo —No tenemos tiempo para detalles de esa clase Norton olvidó el problema Paseó otra vez alrededor del automóvil, lo examinó atentamente desde todos los ángulos Era un pequeño sedán de cuatro puertas, color verde oscuro, con un acabado interior y exterior en buen estado, un decente juego de. .. Henderson consideraba a menudo la cuestión Los elegantes ocupantes del ascensor eran ciertamente hombres y mujeres de magnífico aspecto con sus disfraces, muy saludables, muy sonrosados, llenos de vitalidad ¡Qué gargantas y cuellos tan robustos! Henderson observó los rollizos brazos de la mujer que tenía junto a él Los miró fijamente, sin darse cuenta, un largo momento Y luego vio que los ocupantes del... contempló la nuca de Lindstrom Carnosa y blanca Sobresalía del cuello del traje y tenía una vena Una vena en el carnoso cuello de Lindstrom El asustado Lindstrom Henderson quedó solo en el recibidor De la sala llegaba el sonido de música y risas, ruidos de fiesta Henderson vaciló antes de entrar Bebió la bebida que tenía en la mano: ron Bacardi, y fuerte Después de tanta bebida estuvo a punto de marearle... su entusiasmo Los platos de oro están muy bien -—dijo— Pero vamos al grano Me gustaría un palacio —Oír es obedecer —dijo el moreno criado —Deberá ser de tamaño adecuado —continuó Frank—, con una situación adecuada, muebles adecuados, cuadros adecuados, esculturas adecuadas, tapices y todo eso Me gustaría que hubiera allí un buen número de pieles de tigre Soy muy aficionado a las pieles de tigre —Allí . Qué tierras comprar y vender. Los informes de los cambios de población y los censos se lo dirían. Los transportes. La lista de desastres marítimos y descarrilamientos de trenes le indicarían hasta. Knight entre dientes. Los informes de los vuelos le indicarían qué mercancías debería comprar. Las listas de tráfico postal le indicarían las ciudades del futuro. Los ganadores del premio Nóbel le dirían. tan característicos de la Tercera Avenida de Manhattan como los edificios de ladrillos rojos donde estaban estos bares. Más de una inyección de malta disfruté y o allí, a pesar de que yo, Dios lo